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Juan Bautista Bergua a una edad avanzada
(Foto gentileza de la famila Bergua)
No soy un estudioso de la obra y figura de Bergua, sino un admirador y una persona agradecida, por lo que me aportó (sin perjuicio de lo que pueda venir), y a la par sorprendida porque dicha obra y su autor no sean lo suficientemente conocidos y reconocidos como, a mí entender, se merecen.
Pues bien, por todo lo dicho, me vino a la cabeza hacerle un homenaje (palabra que, por cierto, ya no se lleva; ahora se ha puesto de moda decir “tributo”, tributo a Menganito, “rendir tributo a Fulanito”, por evidente y, por lo visto, inevitable influencia anglosajona, pues en castellano dicho vocablo no tiene nada que ver con lo que se quiere expresar en este caso, al menos que yo sepa). Mi pretensión primera era hacer una semblanza o reseña corta (sólo unas pocas líneas, no más), eso sí, muy personal y sentida, rememorando lo que significó para mí la lectura de sus libros (*). Sin embargo, una vez en marcha y en contra de lo inicialmente previsto, la criatura empezó a crecer y a desarrollarse más allá de lo imaginado, haciéndome replantear el alcance y la extensión de este homenaje, así como sus características. Por otra parte, por lo que sé (¡ojalá me equivoque!), nadie se ha ocupado de este hombre, de su vida y obra, como se debería, a fondo. Tampoco lo haré yo hasta ese extremo, para mí imposible, porque para hacerlo en condiciones tendría que ser en el marco de una tesis o, por lo menos, de una tesina de las de antes; y eso, si se hace bien, son palabras mayores. Pero ahí queda la sugerencia o la invitación por si no se le ha ocurrido a nadie y alguien se anima. Pienso que el esfuerzo merece la pena y haría justicia. Yo, por si acaso o mientras tanto, seguiré hasta donde pueda y me lleven los vientos, apoyándome en las fuentes que estén al alcance de mi mano (*). Cómo descubrí a Bergua Tenía yo 32 años y andaba con una de esas crisis o, mejor dicho, periodo de reflexión, existencial, que acontece cada cierto tiempo a lo largo de la vida al común de los mortales; cuando cayó en mis manos, por carambola, uno de los libros editados por Juan Bautista Bergua, el cual me llevó a otros de la misma fábrica; gracias a los cuales, tras devorarlos, y a su instrucción, salí airoso del mismo, incluso crecido, si bien, como no podía ser menos, infinitamente pequeño. Y digo esto último porque, cuanto más sabemos, mayor consciencia de nuestra ignorancia tenemos por todo lo que nos falta por conocer. Pero no cabe duda que tratar con los verdaderos sabios de la antigüedad (*) de la mano del homenajeado (también sabio, pero contemporáneo), ayuda a caminar por la vida tranquilo y relajado, pues tocaron todo lo fundamental y esencial referente a la condición humana. Entonces, en cambio, no era del todo consciente de mi ignorancia, casi supina, en determinados temas, la cual, en parte, estaba justificada por mi condición de iletrado, ya que, al ser de ciencias y haber estudiado una carrera técnica, no me quedaba mucho tiempo para florituras culturales, erudición e ilustración. Aunque el gusanillo siempre estuvo dentro de mí, a flor de piel. En fin, la cosa fue como sigue: merodeando por las casetas de libros antiguos y de ocasión de la Cuesta Bergua en sus libros
Bergua enamorado Precisamente el citado libro es tal vez uno de los mejores ejemplos de lo que digo, ya que incluye un precioso, instructivo, ameno y “apasionante” relato explicando cómo supo de la existencia del Bardo Thodol, y cómo conoció y se enamoró de Bharati cuando estudiaban en la Sorbona de Paris (Cuando y Por Qué Traduje el B. T., pp. 259-331). Amor correspondido que apenas pudo ser, que debiera haber sido, por lo que dice, el de su vida. De hecho cuando ya octogenario, a sus 86 años, la rememora en las notas bibliográficas de su Historia de las Religiones (tomos dedicados al Cristianismo, 1977), todavía se le saltan las lágrimas (y a mí se me hace un nudo en la garganta)….. ¡Qué bonito!. Una hermosísima historia de amor…Y es que a él, Bharati, por los encantos que veía en ella, le parecía divina, y no estaba del todo en el error… Y puesto a hablar de historias de amor bonitas, la de su esposa, Isabel (*), que enamorada de nuestro personaje y a sabiendas de que éste seguía coladísimo de Bharati, pues así se lo confesó para que no hubiera la menor duda, se casó con él. Y es que a Juan Bergua, como él mismo dice, le casaron su madre y su hermana, que, conocedoras del intenso amor de ella y el profundo dolor de él, consiguieron un inteligente y fructífero “apaño” que resultó de por vida, la que compartieron juntos, y que poco a poco le sacó del infierno y le devolvió a la vida (en un afable paraíso inesperado), haciéndole olvidar, en gran medida, su primer gran amor. Y es que, si lo de Bharati fue un flechazo descomunal, lo que vivió con su mujer fue un enamoramiento “in crecendo”. El amor de Isabel, transmitido pacientemente mediante ósmosis y sin esperar nada a cambio, fue calando lenta, progresiva e inconscientemente en Bergua, que, cual esponja, lo fue absorbiendo de tal manera que penetró en él hasta alcanzar los recovecos más profundos y recónditos de su ser. Como dice la copla (sea por verdiales o por fandangos de Huelva), “querer a quien no te quiere, eso se llama querer, porque querer a quien te quiera, se llama corresponder y eso lo hace cualquiera”. Así lo cuenta Bergua: Me casaron mi madre y mi hermana con una amiga de ésta que siempre me había querido y que, nuevo ejemplar de dulzura y de bondad femenina, no vaciló en unir su suerte a la mía aun sabiendo, pues no dudé en confesarlo, la gran amargura que me embargaba y que me embargaría por mucho tiempo. Tan buena y tan dulce era (¡pobre Isabel querida!), que mi angustia no hizo sino estimular su propósito de hacerme feliz en lo que de ella dependiese. Y, en efecto, calladamente, prudentemente, inteligentemente, siempre disculpándome, siempre tolerante y compresiva con todos mis errores y debilidades, fue poco a poco ocupando en mi corazón el hueco que poco a poco también iba dejando, al esfumarse dulcemente, fatalmente, el puesto que había llenado Bharati. Fueron un puñado de años de vida feliz, sin una nube a su lado. Luego el primer dolor, cuando llegado el 37 tuvimos que separarnos. El segundo, cuando supe que, lejos de mí, había acabado bendiciendo mi nombre (Libro de los Muertos y el Bardo Thodol, p. 322). Otro nudo en mi garganta… Bergua políglota y traductor Pero sigamos. La musa de Bergua era tibetana y mucho más -que me callo por si alguien quiere leer el citado Bergua librero Pero Bergua antes que editor fue librero, librero por fuerza mayor. Su familia tenía una pequeña librería en la Calle Pineda de Madrid, esquina con la Calle Preciados, junto a la Puerta del Sol, de la que tuvo que hacerse cargo (de ella y de su madre y hermanos), precipitadamente, a los 20 años, por la muerte temprana de su padre, renunciando, de esta manera, a lo que probablemente hubiese sido un brillante porvenir como abogado del Consejo de Estado, ya que entre sus proyectos estaban, además de seguir aprendiendo idiomas, opositar para entrar en dicha venerable institución; y dada su capacidad intelectual, formación y voluntad seguro que lo hubiera conseguido. Pero el destino no lo quiso.
Bergua fue uno de los fundadores y promotores de la Feria del Libro Bergua editor y divulgador Una vez controlado el negocio de la librería, se vio con fuerza para montar en 1927, junto con su querido hermano Pepe, una editorial, que actualmente sigue en pie, Ediciones Ibéricas, fundando la empresa Librería-Editorial Bergua. Empezaron con una colección titulada Pequeña Enciclopedia Práctica, a la que siguió la Biblioteca de Bolsillo, cuyos primeros volúmenes, El Corán y Los Diálogos, de Platón, aparecieron en 1931. Ambas colecciones fueron un éxito y a los pocos años habían conseguido levantar y consolidar una editorial que, como dice Bergua (al que sigo casi literalmente), de no haber sobrevenido el golpe militar del general Franco, hoy seguramente sería muy importante.
Los libros editados por la editorial que fundó se pueden agrupar, según temática (para más detalle, véase catálogo de Ediciones Ibéricas), en Los Grandes Libros Sagrados (Los Vedas, El Avesta, etc.), Historia de las
Bergua escritor También me llené de su precisa y, para mí, preciosa prosa (a veces poética) –y a través de sus traducciones, de la de algunos clásicos- que absorbí y gracias a la cual creo que mejoré mucho la mía, pues la formación que recibí durante el bachillerato en ésta (Lengua Española) y otras materias, lamentablemente, había sido nefasta, lo que me costó, entre otras cosas, suspender las pruebas de acceso a la universidad, que entonces se llamaban “de madurez”, y retrasar un año mi entrada en la misma. Y es que, aparte del sistema de enseñanza antediluviano al uso en aquella época gloriosa, basado en la memoria, varios de los profesores que tuve, por lo general muy mayores, eran bastante malos. En PREU, por ejemplo, el de matemáticas (¡nada menos!) era pésimo y, además, se dormía en las clases, tal es así que, sin que se diera cuenta, nos íbamos a la playa, o hacíamos una orquesta vocal, cada uno reproduciendo un instrumento diferente, cuyo volumen iba en aumento hasta que se despertaba y ponía orden con un enérgico puñetazo en la mesa, causando un temblor de grado 7 en la escala Ritter que daba al traste con todo lo que en ella hubiera, viéndose abocado, lo que estaba en sus márgenes, a reposar en el suelo. Una pena (*). |
N O T A S
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De Vez en Cuento
d e v e z e n c u e n t o . w e b s . c o m
Juan Bautista Bergua